Pilar Pastor, psicóloga de FMLC
Igual que existen diferentes tipos de tristeza, la soledad también tiene muchos matices. Existe un tipo de soledad –la “soledad llena”– que nos permite acercarnos a la tristeza y a la experiencia intima de duelo, de recuerdo, de angustia y, desde allí, encontrar la manera de acompañarnos a nosotros mismos.
También existe la “soledad vacía”, en la que uno se siente abandonado y perdido, todo nos abruma y parece que va a vencernos. Seguramente todo aquel que esté atravesando o haya pasado por un proceso de duelo conoce ambas.
Una parte importante de la soledad que viven muchas personas durante la elaboración de su duelo se relaciona con la tendencia que existe en la sociedad actual de sentir miedo ante el dolor o la muerte y, por lo tanto, darle la espalda. Parece que nos cuesta acompañar el dolor en su profundidad, no sólo en los primeros momentos o los más “sociales”, sino también en el proceso de profundo sufrimiento, cuando el tiempo pasa y la realidad del día a día abruma.
El acompañamiento en duelo
Cuanto más nos cuesta estar con nuestro propio dolor, más nos cuesta estar con el del otro. Cuanto menos compasiva sea nuestra mirada al mundo, con menor compasión y empatía podremos estar al lado de nuestro dolor y el del otro. El duelo pide ser expresado, llorado, compartido y vivido en compañía.
Una parte del duelo necesita de otra persona para poder poner en palabras todo aquello que bulle por dentro, porque hay partes de la experiencia dolorosa, de uno mismo, que no pueden explorarse en soledad, necesitan la compañía empática y cuidadosa de otro ser humano.
Duelo y crecimiento personal
No toda esa soledad que se siente en el duelo tiene que ver con las demandas o expectativas del entorno y la sociedad. También hay aspectos vinculados a la forma en que nos relacionamos con nuestro propio dolor que ponen más distancia con la propia experiencia emocional y a través de los cuales el doliente sentirá mayor soledad.
El dolor tiene una cualidad: la de ponernos en contacto con una parte de mucha intimidad, de vulnerabilidad, que no es fácil mostrar a los demás, casi ni a uno mismo. Todo esto que el dolor comunica, transmite y con lo que nos pone en contacto es información muy esencial e íntima de cada uno, que llama a ser sentida y explorada en soledad.
El bloqueo en duelo
La exigencia social de fortaleza -entendida cómo la no demostración de tristeza- va provocando que el dolor se quede encapsulado, intacto y sólo en parte accesible y atendido. Decimos en parte porque, según vayamos bloqueando el acceso a partes de nosotros mismos y en distintas áreas de nuestra vida, nuestra experiencia interna, emociones y sentimientos se hacen menos accesibles.
No podemos seleccionar cuándo y qué bloqueamos. En el momento en que decidimos dejar aislado el dolor, la totalidad de nuestra emoción se bloquea, sin poder elegir, y dejando sin atender ni escuchar esa parte de nosotros mismos (quizá la más sensible, la más íntima y esencial, la que nos define y nos pone en contacto con lo más real de nosotros), generando una profunda sensación de soledad y de vivir dividido.
A medida que podamos llevar esa parte de nosotros mismos a nuestra consciencia, dándole valor y haciéndonos cargo de ella, podremos poner palabras adecuadas al dolor y quizá vivirlo con mayor autenticidad, sin esos dobles juegos o máscaras que lo que hacen es aumentar el nivel de sufrimiento y aislamiento.
La necesidad de compartir el dolor
Hay otra actitud en el manejo del duelo que consiste en proteger a los demás de lo que nos pasa, manteniendo el dolor arrinconado. Esto suele ocurrir sobre todo dentro de la familia: si el doliente solía adoptar un rol de responsabilidad en casa o de cuidado a los demás miembros, va a resultarle especialmente difícil ponerse en contacto con esta parte de vulnerabilidad o fragilidad y, más aún, compartirla.
Compartir nuestro dolor no implica necesariamente volcar en los demás lo que nos hace daño, ni llorar con ellos, sino hacer partícipe al otro de mi sentir, mi pensar, en un encuentro de igual a igual, de adulto a adulto.
De igual manera, el hecho de que alguien nos haga participe de su dolor no quiere decir que tengamos que solucionarlo ni aliviarlo. Parece que tengamos que dar soluciones o consejos y nos sentimos perdidos cuando no parece haberlos. A veces, es suficiente con estar presente ante el dolor del otro. Del mismo modo, poder expresar a otro cómo nos sentimos puede traer la sorpresa de sentirnos comprendidos y escuchados.
Para saber más sobre el acompañamiento a pacientes en duelo, os recomendamos la lectura de nuestra Guía de Duelo Adulto para Profesionales Socio-Sanitarios, que ofrece a los trabajadores del ámbito de la salud (médicos, enfermeros, psicólogos) pautas para detectar y atender el duelo complicado en Atención Primaria. La guía está disponible gratuitamente para su descarga en nuestra página web:
rocio garcia rey
Me encanta porque aprendo mucho gracias