Una vez al mes, decenas de familias nómadas se acercan a nuestra pequeña escuela de Kapedor y durante unas horas el patio se convierte en un hervidero de túnicas y abalorios de vivos colores. Padres y madres se sientan en el suelo, bajo la acacia que en ese momento dé más sombra, y aguardan expectantes a que los profesores den comienzo a la reunión. Tienen mucho que decir sobre la educación de sus pequeños. Y saben que nosotros vamos a escucharlos con atención.
Aunque la educación es una herramienta clave en la reducción de la pobreza, el distrito de Turkana es la región con la tasa más baja de alumnos matriculados en colegios (24,6%) en comparación con el resto de Kenia. El 82% de sus habitantes no tiene ningún tipo de formación. Sólo un 15% cuenta con estudios de Primaria y apenas el 3% tiene estudios de Secundaria o superiores.
Por este motivo, uno de los mayores retos que encontramos hace más de una década cuando comenzamos nuestra labor en este distrito fue hacer ver a las tribus locales el valor de la educación y la importancia de enviar a sus hijos a la escuela. Anclados en sus tradiciones, en general los Turkana perciben los colegios como algo que va irracionalmente en contra de su propio interés. No sienten la necesidad de formar parte del mundo moderno ni creen que la educación pueda llegar a ser una fuente de ingresos.
En una región marcada por la pobreza, la sequía y la malnutrición, la prioridad principal de cualquier habitante es conseguir alimento y asegurar la supervivencia de los suyos. Esto, unido a que las escasas escuelas públicas están masificadas y en condiciones insalubres, ha hecho que muchos padres se resistan a enviar a sus hijos allí y prefieran hacerlos trabajar para contribuir al sustento de su familia. Piensan -erróneamente- que estudiar es perder el tiempo.
La nutrición, llave de la asistencia
Conscientes de esta realidad, cuando abrimos nuestra escuela en la comunidad de Kapedor -y antes, en Nayenae-, no sólo ofrecimos a los alumnos clases de educación básica, sino también atención nutricional. Esta estrategia impulsó la escolarización entre las familias Turkana con pocos recursos, que vieron en nuestro centro una manera de garantizar que sus hijos recibieran al menos una comida saludable al día.
Pero, con el paso de los años, hemos sido testigos de un lento pero progresivo cambio de mentalidad entre los Turkana, a medida que las alteraciones climáticas iban mermando la supervivencia del ganado en este distrito. Al ver peligrar a sus animales, muchos padres de familia han tomado conciencia de que es muy difícil que en el futuro sus hijos puedan prosperar ejerciendo el pastoreo. Y si pierden este medio de vida ancestral, ¿qué será de ellos?
Poco a poco, gracias a las charlas periódicas con nuestros educadores y a los progresos que han presenciado en el aprendizaje de sus hijos, nuestra escuela ha ido ganando alumnos y aumentando el número de aulas para acogerlos. También hemos conseguido persuadir a los padres para que dejen ir a la escuela a las niñas, que por costumbre tenían vetado el acceso a la educación y estaban abocadas a las tareas domésticas.
Aprender sin olvidar las raíces
Dice un viejo proverbio africano: “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. Nosotros lo tenemos muy presente y de ahí que las reuniones periódicas con los padres de nuestros alumnos sean tan importantes. Gracias a este diálogo constante, actualmente nuestro centro Emmanuel de Educación para el Desarrollo está reconocido como una institución que ofrece a los niños herramientas que aliviarán su pobreza, ayudándoles a promover cambios sociales y a mejorar el bienestar de la población.
Recientemente, en una de esas reuniones, las familias de Kapedor nos plantearon una inquietud que les preocupaba. En nuestra escuela los niños aprenden lectura, escritura, matemáticas e inglés, materias imprescindibles para poder acceder a la educación Primaria y Secundaria, pero sin ninguna relación con la vida cotidiana de los Turkana. Sus padres temían que, con el tiempo, sus hijos crecieran desconectados de su entorno y de su cultura.
Tras meditar la mejor forma de responder a esta demanda, los responsables del centro decidieron añadir al currículo escolar un porcentaje de clases relacionadas con el pastoreo, la cría de animales, el uso sostenible del agua y el cuidado del medio ambiente: conocimientos que los pequeños pueden compartir con sus familias y aplicar en su día a día.
El resultado de ese cambio hemos podido verlo en el balance anual de este proyecto: en 2021 nuestra guardería acogió a 153 niños, una cifra récord de escolarización en la zona y también una prueba de que nuestra labor en Turkana está transformando a mejor esta región milenaria.
Quiero colaborar con el Centro Emmanuel de Educación para el Desarrollo