Pilar Pastor, psicóloga de FMLC
Una preocupación habitual que manifiestan las personas que están atravesando un proceso de duelo tiene que ver con la pérdida de la ilusión y de las ganas de emprender proyectos o actividades, o simplemente fantasear con ellas. Muchos dolientes temen que ya nunca volverán a sentir esta emoción y que van a estancarse en esa sensación de bloqueo o de tristeza que todo lo cubre.
La ilusión va asociada a volver a estar presente en la vida, a interesarse y participar de nuevo como agente activo, pasando del modo automático al consciente. Por eso, la tristeza profunda que trae el duelo en sus momentos más agudos es difícil de combinar con la ilusión, ya que son dos fuerzas contrarias y la tristeza nos lleva hacia dentro: al recuerdo, al repaso, al llanto, al recogimiento.
Las fuerzas que dirigen el duelo
El duelo mezcla muchas emociones: no sólo está presente la tristeza, también el miedo, la ira, la culpa. Todas ellas demandan una gran energía. A los dolientes les sorprende el cansancio que sienten, pero es que este trabajo emocional es agotador. Este conjunto de emociones que requieren tanto y que dirigen el foco de nuestra atención hacia dentro, durante mucho tiempo son las que llevan el ritmo y la dirección del proceso.
La ilusión, por el contrario, es una emoción expansiva cuya fuerza se centra en el presente y que permite mirar hacia el futuro. Así, entra en contradicción con la dirección de la tristeza y de otras emociones habituales en el duelo cuando éstas se encuentran en su intensidad máxima.
Las emociones en el duelo
Tras la pérdida de un ser querido, lo que vamos sumando es, por un lado, la tristeza, que nos hace mirar hacia dentro y buscar la sensación de un lugar seguro; por otro lado, aparece el miedo, la inseguridad, que por un tiempo limita nuestra seguridad para dirigirnos hacia lo nuevo. Parece que la propia confusión (o la incertidumbre, que es otra de las caras del miedo) que define el proceso del duelo es suficiente reto.
A su vez, con frecuencia también suelen estar presentes la ira y la culpa, que mantienen al doliente con la atención puesta en el pasado. Hasta que el doliente no puede entregar todas estas emociones (llorarlas, procesarlas, elaborarlas, aceptarlas, ventilarlas, hablarlas, simbolizarlas…) y soltarlas, parece que conectar con la ilusión es difícil o incluso imposible para algunas personas.
Por supuesto, el duelo no es un proceso tan literal ni está organizado en fases, o linealmente: en el duelo todo se mezcla. Pero debemos sentir cierto equilibrio interno para que la ilusión, que es la energía de mirar al futuro con decisión y con intención de participar en él, no suponga una lucha más, sino que pase a formar parte del proceso de forma natural.
La influencia del entorno en el doliente
A veces, la exigencia del entorno y la autoexigencia de la propia persona en duelo hacen que el doliente demande y se obligue a atraer una ilusión que de momento no puede estar presente. Nos resulta difícil confiar en nosotros mismos, en el proceso, así como concedernos tiempo para elaborar las emociones y las experiencias vividas.
Es como si el proceso de duelo obligara al doliente a ir en contra de lo socialmente establecido: ir hacia dentro. Porque la verdad es que sólo cuando el doliente se toma el tiempo y el permiso de profundizar en su interior puede llegar a aceptar y a encontrarse de nuevo con una serenidad suficiente que le permita conectar con la ilusión.
El duelo y la culpa
En otros casos, las pequeñas ilusiones son rechazadas bajo una culpa que parece decirle al doliente que no tiene permiso para sentirse bien. En el día a día, en las pequeñas cosas, es donde quizá nos jugamos lo más importante. Como psicóloga, considera que ni la ilusión ni la aceptación se ganan en grandes batallas ni en grandes momentos, sino que es algo que tiene que ver con el día a día, pero que viene de una intención consciente, originada en valores profundos.
Cuando el doliente se abre a poder aceptar pequeñas ilusiones o proyectos, se produce el mismo efecto que cuando lanzamos una piedra al agua: se generan unas ondas que abarcan mucho más que el espacio que ha cubierto la piedra. Esas pequeñas ilusiones o pequeños momentos de inmersión en la vida que ponemos en el día a día suponen un efecto de intención mayor. Es como si, en esos pequeños momentos, aunque no lo parezca, estuviéramos respondiendo poco a poco a las grandes preguntas de la vida, a esas que quedan en interrogante cuando fallece alguien que queremos.
Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda gratuita, no dude en consultar nuestra página web: