Patricia Díaz, psicóloga infanto-juvenil de FMLC
Cuando tiene lugar la muerte de un progenitor, es habitual que el padre o la madre superviviente desarrolle cierto temor a que le ocurra algo malo a su hijo, o hijos. Si además el fallecimiento ha ocurrido de manera inesperada -ya sea debido a una enfermedad repentina, una muerte súbita o un accidente-, esto impide que la familia se adapte y realice con antelación los ajustes pertinentes en la estructura familiar para afrontar los cambios que conllevará la nueva situación.
Una pérdida inesperada no deja que se adapten el entorno, los cuidados, ni las rutinas en el seno de la familia. Así, tras una situación tan traumática, es común que los progenitores se sumerjan en una espiral de sobreprotección, que suele tener consecuencias nefastas.
Estos son ejemplos de situaciones comunes que se dan en las familias tras la muerte de uno de los progenitores:
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● Dormir con el niño, bien en la cama que era del matrimonio o en la del propio niño. Es habitual que el progenitor superviviente se sienta solo y triste, y piense que el niño también lo está. También es común pensar que así van a estar más vigilados y protegidos en caso de que ocurra algo. Sin embargo, la realidad es justo lo contrario: los niños necesitan mantener sus hábitos y rutinas, necesitan autonomía y, si dormimos con ellos o les permitimos que duerman con nosotros, habremos generado un gran problema. Será difícil convencerles más adelante de que vuelvan a su cama. O, incluso, será muy difícil conseguir intimidad si aparece una nueva persona en la vida del adulto.
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● Dar al menor un papel muy relevante, casi a la altura del progenitor fallecido. Esto ocurre cuando hablamos al niño como si fuera el responsable, el cabeza de familia. Emitimos mensajes como “Sólo nos tenemos el uno al otro”, “Eres lo más importante para mí”, “Ahora eres el hombre de la casa”, “Tienes que hacerte un hombre”, etc. Dar a los niños más poder del que deben tener por su edad los convierte en algo tiranos y luego es muy difícil intentar ponerles normas o límites.
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● Informar al niño de dónde estamos en todo momento para tranquilizarle. Podemos coger la costumbre de decirle al niño en dónde vamos a estar para que se quede tranquilo: con quién vamos, a dónde vamos, cuánto tardaremos… Esto trae como consencuencia que el niño pregunte siempre de manera inquisitorial dónde vamos, con quién… en un intento de controlar nuestra vida. Cuando, pasado un tiempo, ya no necesitemos -ni queramos- que el niño sepa lo que hacemos siempre, será difícil explicárselo y el menor se habrá vuelto muy controlador, extendiendo esta conducta al resto de las personas de su confianza.
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● Dejar de salir por miedo a que el niño se quede solo o note demasiado nuestra ausencia: Al principio es una reacción normal, los planes sociales no apetecen igual tras una pérdida. Más adelante queremos proteger a los niños de la soledad y nos quedamos en casa. Pero, cuando ya queramos salir, no se puede porque los niños se han hecho miedosos y su rutina es que estemos con ellos, así que es más costoso recuperar la normalidad en nuestra vida. Lo ideal es que el niño entienda desde el primer momento que no pasa nada, que todo sigue y que cada miembro de la familia sigue haciendo más o menos las mismas cosas. No puede ser que su mundo esté intacto y, por el contrario, el del adulto esté del revés.
En resumen, lo ideal es que desde un primer momento no se alteren las rutinas que había, que el niño conserve su habitación y duerma en su cama. De manera esporádica, o si está enfermo, podemos ir un rato a su cama o que se meta él en la nuestra, pero de forma excepcional.
Tampoco le daremos todas las explicaciones sobre nuestra vida minuto a minuto para tranquilizarle y que sepa que estamos bien, e igualmente iremos incorporando salidas con otros adultos al margen del niño. Recordad que el niño no sufre con la normalidad, pero, si convertimos todo en excepcional y lo sobreprotegemos, luego sí que va a sufrir al exigirle autonomía y madurez.
Para saber más sobre la atención del duelo en menores, podéis acudir a nuestro servicio gratuito de Psicoterapia de duelo infantil, solicitar que impartamos una charla gratuita para padres y profesores en vuestro centro educativo (a través de este proyecto) o consultar nuestro manual práctico «Hablemos de Duelo», que ofrece pautas para ayudar a los adultos a hablar de la muerte con los niños y da claves sobre cómo viven el duelo los menores según su edad.
También incluye un apartado sobre cómo atender el duelo en el colegio y cómo ayudar a afrontar el duelo a las personas con discapacidad intelectual. La guía está disponible gratuitamente para su descarga en nuestra página web: