Rosa Sánchez, psicóloga de FMLC
El duelo es un proceso que comienza en el momento en que fallece un ser querido o cuando tenemos la información de que va a morir y podemos asimilarlo. Este proceso implica la realización activa de cuatro tareas, que ya hemos descrito en artículos anteriores, según el modelo del psicólogo William Worden.
Vivir y experimentar cada una de las tareas es necesario, pero también es doloroso. Es como entrar en un túnel cuya salida no podemos ver. Si decidimos atravesar el túnel, nos vamos a encontrar con estados cognitivos, emocionales, físicos y actitudinales duros.
Se abre ante nosotros una encrucijada: atravesar o bordear el túnel. Afrontar o evitar. Si decidimos atravesarlo afrontaremos cuatro tareas que describimos a continuación.
Aceptar la realidad de la pérdida
Esta tarea consiste en recabar datos reales que permitan al doliente ir asumiendo lo que pasó y contrarrestar la sensación de incredulidad o la fantasía de que el ser querido no ha muerto.
Debemos hacer esto respetando la fe y las creencias de cada cual, pero teniendo claro que la vida del ser querido tal y como la concebimos ya no funciona y, si existe otra manera de vivir (espíritu ó alma), es una existencia diferente a la que conocemos y queda a juicio de cada uno.
Esta tarea requiere un gran esfuerzo intelectual y emocional. Es natural que durante un tiempo el doliente se encuentre en un estado intermitente de incredulidad. Cuando no puede aceptar la pérdida, el doliente se está alejando de la realidad y protegiéndose así del dolor.
Elaborar las emociones que surgen con el duelo
No todos sentimos el dolor de la misma manera, ni con la misma intensidad. Es imposible perder a alguien a quien hemos estado estrechamente vinculados sin sentir cierto nivel de dolor. Lo que sentimos y cómo lo sentimos será parte del proceso individual de cada persona.
En esta segunda tarea del duelo seguramente experimentaremos emociones conocidas y otras que nos sorprenderán, por ejemplo: “Siento envidia al ver a otras parejas paseando juntos, nunca fui envidiosa hasta que murió mi marido”.
Envidia, tristeza, culpa, soledad, ansiedad, vacío, deseo de morir, enfado… es importante poder poner nombre y dar expresión a las emociones conocidas y nuevas, para dejar de percibirlas como algo amenazador y poder extraer de ellas el significado particular y profundo.
Aprender a vivir en un mundo donde el fallecido ya no está
Esta tercera tarea implica que la persona en duelo necesita adaptarse a todos los cambios que acarrea la muerte del ser querido.
Hay tres áreas de adaptación:
– Adaptación práctica en el quehacer del día a día. El doliente va a tener que hacerse cargo de los roles que desempeñaba el fallecido. Esto puede provocarle inseguridad porque nunca abordó esas tareas y ahora ha de enfrentarse a ellas y resolverlas. Necesitará aprender, desarrollar habilidades que no tiene y, paso a paso, ir construyendo un presente sin el ser querido.
– La identidad del doliente también se va a ver afectada. Cada persona significativa de nuestra vida nos da una parte de nuestra imagen que nos ayuda a construir nuestra identidad. Las personas nos manifestamos de maneras diferentes con cada relación y lo que recibimos de cada persona es distinto. Cuando la persona muere, se rompe ese pedacito de la imagen que nos aportaba. Recordar se convierte entonces en el terreno fértil para depositar las semillas que esas relaciones nos han dejado para que puedan seguir fructificando en nuestro interior.
– Adaptación en las creencias y valores que el doliente tiene sobre el mundo y el sentido de la vida. Una pérdida puede poner en entredicho los valores y creencias con los que se guiaba el doliente. Será importante integrar nuevas creencias y valores que reflejen la fragilidad de la vida y los límites de nuestro control.
Recolocar emocionalmente al fallecido y seguir viviendo
Esta tarea es un nuevo reto para el doliente. Consiste en seguir vinculado al ser querido a través de los recuerdos, por lo aprendido en la relación, por lo compartido, pero de un modo que no le impida seguir viviendo. Debe poder permitirse una vida plena y con ilusión, reír, tener un nuevo proyecto a largo plazo.
En esta tarea al doliente puede asaltarle el miedo a olvidar a su ser querido. Pero no se trata de “renunciar” al fallecido, sino de encontrar un lugar para él en el mundo emocional del doliente, en su vida psicológica, un lugar donde relacionarse simbólicamente con su recuerdo y que permita al doliente seguir viviendo de manera eficaz en el mundo.
Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado con nosotros y forman parte de nuestra propia historia. Si lo eliminamos, será mediante un acto psíquico que hiere nuestra propia identidad.
Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda psicológica gratuita, no dude en consultar nuestra página web: