Pilar Pastor, psicóloga de FMLC
El miedo es una emoción que está muy presente durante el proceso de duelo, sin embargo, no se la suele esperar. Vivir el fallecimiento de una persona a la que queremos nos enfrenta no sólo a un camino emocionalmente duro de elaboración y aceptación, sino también al hecho de experimentar en primera persona de la inevitabilidad de la muerte, la enfermedad, la pérdida repentina o la alteración del aparente orden lógico de la vida.
Muchos de nuestros esquemas mentales y vitales son confrontados, por eso es común sentir miedo durante ese proceso de adaptación y aceptación. Cuando nos enfrentamos a estas verdades en mayúsculas, nuestro interior tiembla y se abren viejas heridas de inseguridad, de falta de control, de falta de capacidad. En ocasiones también abre un espacio de vacío, de sensación de falta de rumbo interno o de sentirse perdidos.
El bloqueo en el duelo
Durante un proceso de crisis, dificultad y dolor como es el duelo, en el que el doliente se siente vulnerable y frágil, es muy normal que junto a esa sensación de vulnerabilidad y fragilidad aparezca miedo. Parece como si nos sintiéramos pequeños frente a la vida y sus retos. El miedo es una emoción poderosa, que tiende a inundar y arrollar, y que casi siempre paraliza.
Del miedo surgen automensajes a través de los cuales nos generamos más miedos (“Esto nunca se me va a pasar”, “Sólo me ocurren cosas malas”), y parece que entramos en un círculo del miedo del que surge más temor, más sensación de vulnerabilidad, la voz del miedo habla cada vez más y más alto. Parece que esa parte de nosotros que está asustada lo abarca todo.
El duelo como proceso de introspección
Existe un componente importante de la experiencia emocional y de la gestión de la misma, que consiste en tomar consciencia. Quizá un gran primer paso sea detectar cómo es mi miedo, cómo me hace sentir, qué automensajes me lanzo desde el propio miedo y cómo me hacen reaccionar y manejarme en el día a día.
El miedo en el proceso de duelo se puede manifestar de muchas maneras, pero estas dos son las más frecuentes:
-El miedo a estar mejor: A menudo viene camuflado con una sensación de culpa. Esa sensación de estar haciendo algo mal por atreverse a dar pasos hacia la vida, para estar mejor, más tranquilo, más seguro. Muchas veces esa culpa que siente el doliente hunde sus raíces en una emoción más profunda y primaria, como es el miedo. De hecho, estas dos emociones suelen ir entrelazadas habitualmente.
Este miedo que hay bajo la culpa tiene que ver con el miedo a volver a vivir, con mayúsculas. La responsabilidad de hacernos cargo de nuestra vida, asumir nuestra independencia y la autonomía, volver la mirada a uno mismo para escucharse en este tránsito que es el duelo… no es tarea fácil. En ocasiones da miedo porque el camino puede ser muy escarpado, mientras que otras parece como si nos tuviéramos que dar permiso para estar bien, como si con ese bienestar estuviéramos traicionando o deshonrando al difunto.
Sin embargo, todo el proceso del duelo va encaminado a volver a la vida, a aceptar que la persona fallecida ya no está y a encontrar un lugar para ella en nuestro corazón. Cuando ese proceso está en marcha, lo siguiente es la aceptación de la propia vida y centrarse en cómo quiero vivirla y en el compromiso con uno mismo y con las demás personas que sí están presentes.
-El miedo a que pasen más cosas y a la propia muerte. Es distinto saber que nos vamos a morir a ser conscientes de que nos vamos a morir: todos lo sabemos, pero cuando fallece alguien muy allegado este conocimiento se hace realmente consciente, y esa consciencia con frecuencia viene acompañada en un primer momento del miedo. A medida que transcurre el proceso, la intensidad del miedo va disminuyendo y se va recobrando la confianza.
Este miedo aparece frecuentemente y con mayor intensidad cuando el doliente ha sido el cuidador principal del fallecido durante su enfermedad o cuando la experiencia de la muerte se ha vivido de manera muy angustiosa. Poder ponerle palabras a ese miedo, compartirlo, llorarlo, expresarlo con personas que puedan entenderlo bien y sean capaces de acogerlo con sensibilidad y escucha permite que ese miedo vaya dimensionándose.
Atender a las propias necesidades del duelo
De la misma manera que compartir el dolor puede aliviarlo, hay otro paso que resulta aún más importante: que el propio doliente pueda acoger, escuchar con cariño y curiosidad su propio miedo, comprendiendo que viene de una dura experiencia y que esa parte de sí mismo se ha quedado tocada, pequeñita, bloqueada… poder darle espacio y acogida. Aunque no nos guste, en este momento ese miedo forma parte de nuestra experiencia, es un “invitado” más en nuestra casa interior, con algo que decir y con una necesidad de seguridad y atención.
El miedo es normal en este proceso, pero su intensidad es lo que nos da la pista de que necesitamos prestarle más atención. A veces el miedo a la muerte es de tal intensidad que infunde miedo a la vida y la existencia del doliente se queda como a la espera, bloqueada. Cuando sentimos que este miedo está paralizando el día a día, que está condicionando e interrumpiendo nuestra vida, puede ser un buen inidicio de que debemos consultar a un profesional sanitario, para que pueda orientarnos.
Todas estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda gratuita, no dude en consultar nuestra página web: