Pilar Pastor, psicóloga de FMLC
Cuando se produce una muerte en el seno de una familia y quien fallece es una persona de edad muy avanzada, parece que hay menos derecho a sentirlo. La frase “Es ley de vida” acalla y sentencia el dolor del doliente y le amputa el derecho a sentir y a expresar su pérdida.
La pérdida de una madre o de un padre ya mayores (o de unos abuelos que han sido como padres, o bien han estado presentes en la vida del doliente de una manera determinante) requiere también de su espacio de dolor y atención.
No hay que dar nada por sentado en el duelo
Si hay una lección importante en lo que concierne al duelo es que no debemos dar nada por supuesto. Esto quiere decir que para cada persona su duelo es único, que el dolor o la experiencia que vive cada uno tras una pérdida genera un proceso donde intervienen factores observables y otros muchos inconscientes, derivados de la relación, el vínculo con el difunto, o el sistema familiar.
Esa parte es un misterio a resolver. Por eso no podemos anteponer teorías, creencias o supuestos a la realidad de la experiencia sentida por el doliente. En el duelo, como en la vida, lo que marca la reacción es la emoción, no la razón. Parece que el hecho de clasificar, establecer categorías y teorizar forma parte de la naturaleza del ser humano.
Acompañar el dolor sin juzgarlo
Esa tendencia de mirar al doliente con las gafas de la teoría y de lo supuesto nos lleva a generalizar. También nos hace mantenernos distantes de la experiencia emocional real que está atravesando la persona en duelo.
El no juicio y la intención auténtica de comprensión profunda es lo que nos acerca al doliente y nos permite entender su mundo de referencia. Sólo desde ahí podemos conocer lo que supone una pérdida para otro. Y sólo desde ahí, podemos acompañar.
La importancia de las despedidas en el duelo
Cuando fallece un ser querido de edad avanzada, lo más deseable es que hubiésemos tenido espacio y tiempo para poder despedirnos. Ayuda poder estar con esa persona y acompañarla en la medida de lo posible, además de anticipar y actuar para la muerte que iba a venir.
Esto no implica idealizar las despedidas y dejar de hacer reales las relaciones, sino poner atención en el momento vital que se atraviesa. Significa centrarse en la realidad de la muerte y actuar de forma consciente, con decisión y tomando decisiones relativas a lo que tal vez queda por decir o sería bueno expresar aunque se dé por supuesto. Eso es podernos despedir: hacer consciente el momento y decidir conscientemente y en consecuencia, dejando al lado automatismos, evitaciones o mecanismos que nos alejen de la realidad.
Aun en el caso de tomar conciencia de ese momento y poder hacer una despedida, el dolor de la pérdida está ahí, (aunque ya sería vivenciado de otra manera) y necesita ser expresado y asimilado, para poder dejar paso a la vivencia de cariño, de amor y de aprendizaje y legado.
La importancia del vínculo en el duelo
Uno de los determinantes importantes de cómo va a ser la reacción de duelo es el vínculo que mantenían el fallecido y el doliente. Las reacciones intensas y muy duraderas tras la muerte de una persona mayor nos hablan generalmente de una historia de relación que pide ser repasada.
Atravesar y elaborar el duelo a menudo pasa por llevar a la luz la relación con el fallecido: poder mirar con cierta distancia y con compasión las luces y las sombras de cada uno y de la relación, los roles que inconscientemente se adoptaban, la imagen que el doliente tiene de sí mismo respecto al fallecido y viceversa.
Duelo y sentimiento de culpabilidad
El vínculo y el apego es un aspecto muy sutil y muy complejo que, cuando ha tenido tintes de inseguridad, de ambivalencia, de evitación, deja al doliente con sensación de culpa, de haber sido mal hijo, de no haber podido cumplir las expectativas que se tenían sobre él.
Ampliar el foco y poder trabajar sobre la relación, sin culpabilizar, pero con responsabilidad, pudiendo mirar todo lo que conformaba la relación y que estaba hecho de automatismos, reacciones inconscientes, creencias y legados emocionales familiares, etc, todo ese trabajo aumenta la consciencia y, con ella, la capacidad de poner internamente el duelo en el espacio interior que le corresponde.
El duelo de los cuidadores no profesionales
Las reacciones fuertes e intensas tras la muerte de una persona mayor también suelen estar relacionadas con procesos de cuidado, de enfermedad larga, de decisiones complicadas que, a veces, tras el fallecimiento, se convierten en culpa. Los periodos largos de cuidado y de enfermedad con frecuencia dejan exhausto al doliente.
Durante la fase intensa de cuidado es habitual que el cuidador deje a un lado las necesidades propias, identificándose y diluyendo su identidad en la del enfermo. El proceso de duelo implica entonces recobrar la escucha a uno mismo, reaprender a cuidarse, a descansar, a escuchar el cuerpo y a la necesidad propia.
Se trata de un trabajo más profundo y complejo, que requiere tiempo y trabajo interno por parte del doliente, ya que implica volver a conectar con uno mismo, conectando con el “yo” más profundo que está detrás de la imagen de cuidador, volviendo a recuperar y hacerse cargo de su propia vida, que a menudo se queda suspendida y descuidada tras un periodo largo de cuidados.
Para saber más sobre el acompañamiento a pacientes en duelo, os recomendamos la lectura de nuestra Guía de Duelo Adulto para Profesionales Socio-Sanitarios, que ofrece a los trabajadores del ámbito de la salud (médicos, enfermeros, psicólogos) pautas para detectar y atender el duelo complicado en Atención Primaria. La guía está disponible gratuitamente para su descarga en nuestra página web: