Cuando una familia recibe la noticia de que su hijo o hija padece una discapacidad, comienza una larga carrera de obstáculos que, por unas razones u otras, suele durar toda la vida. El impacto que provoca en la familia casi siempre va acompañado de una gran preocupación y angustia, que se verá incrementada ante la realidad de que la sociedad donde deben vivir estos menores no disponga de medios ni condiciones adecuadas para su cuidado y desarrollo.
Desde que empezamos a trabajar en La Paz, hemos sido testigos de situaciones de discriminación hacia estos menores y sus padres, debido a la estigmatización de la discapacidad, que es considerada como un castigo divino o una maldición.
Es tanto es el rechazo social que numerosas familias ocultan a sus hijos e hijas movidas por la culpa y la vergüenza. Esta es una de las causas por las que el 94% de los menores bolivianos con discapacidad no asiste al colegio de manera regular, pero no es la única.
La importancia de la atención temprana
Aunque los padres consigan hacer frente a ese rechazo social, ante ellos surgen numerosas barreras, como la falta centros infantiles especializados donde estos pequeños puedan recibir estimulación temprana, fundamental para ayudarles a potenciar todas sus habilidades físicas, cognitivas, sensoriales y afectivas.
Las familias con pocos recursos en La Paz tienen dificultades para conseguir plazas de educación infantil (de 0 a 4 años) gratuitas. Si el menor además tiene alguna discapacidad, es aún más complicado. Esto implica más dificultades para él a la hora de acceder a la escuela pública, ya que no habrá tenido oportunidad de que se potencie su capacidad de desarrollo y aprendizaje.
La discriminación que no se ve
En Bolivia existen políticas de integración que, en teoría, garantizan una educación de calidad para todos los niños, sea cual sea su condición. Pero, en la práctica, la realidad es muy distinta. Cuando un pequeño con discapacidad cumple cinco años (edad a la que comienza la enseñanza obligatoria en el país andino) debería tener acceso a una plaza en la escuela pública. Sin embargo, la mayoría de los centros deniegan a estos niños su plaza, alegando la falta de formación de los educadores y la escasez de recursos para atenderlos.
Si alguno de estos pequeños tiene la inmensa suerte de conseguir plaza en un colegio público, llega un obstáculo más: si el menor no ha recibido estimulación temprana durante sus primeros años de vida y/o no tienen apoyo dentro del centro, lo más probable es que sea incapaz de integrarse y seguir el ritmo de sus compañeros, por tanto, abandonará tarde o temprano.
En esa dura travesía por el desierto que viven tantas familias, el aula de Educación Especial y Rehabilitación que abrimos en el Centro Infantil Mario Losantos del Campo ha supuesto un pequeño oasis. Este espacio ofrece apoyo especializado a los pequeños para facilitar su integración en la escuela pública. Cuenta con un equipo de educadores y fisioterapeutas que, desde su apertura, ya han conseguido que varios pequeños se integren en la educación reglada.
Una desigualdad que conduce a la pobreza
Combatir la discriminación escolar de estos menores es clave, no tener acceso a la educación supone para ellos el inicio de un bucle de desigualdad que, al alcanzar la edad adulta, los aboca a la pobreza o bien a depender por completo de sus familias.
Desafortunadamente, la pandemia de coronavirus en Bolivia ha supuesto una interrupción de su aprendizaje en una etapa tan importante que supone un grave trastorno para la mayoría de ellos: no pueden seguir clases digitales, han sufrido estrés por la alteración de su rutina y el encierro prolongado ha tenido efectos negativos en su desarrollo físico y emocional.
Desde FMLC luchamos por brindar a los niños con necesidades especiales un apoyo que les ayude a superar las primeras barreras que se interponen en su camino hacia la igualdad educativa. Porque, sin acceso a la educación, están totalmente desprotegidos.
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